Carlos Gamerro / Ficciones barrocas

10Nov10

Carlos Gamerro es un ensayista convincente. Al revés que muchos de sus colegas, usa la teoría literaria para entender a la literatura, y no lo contrario. Al revés que muchos de ellos, no redacta enunciados oscuros ni enrevesados para ocultar los déficits de la argumentación. Se hace cargo de los contraejemplos a su teoría y los rebate con razonamientos válidos. Tampoco es caprichoso, ni pedante, ni aburrido. Estas virtudes hacen de Ficciones barrocas un libro legible. Puesto a comprender una parte del canon rioplatense (Borges, Bioy, Ocampo, Cortázar, Onetti, Felisberto Hernández), Gamerro propone una distinción entre la “escritura barroca” y la “ficción barroca”. La primera remite a los conocidos resplandores, brillos y opacidades de los autores del Siglo de Oro y se limita a la superficie verbal; la segunda define a las obras que parecen clásicas en lo que hace al lenguaje y son barrocas si nos atenemos a su estructura diegética. El itinerario de Borges permite ilustrar esta distinción: su juvenil fascinación por Quevedo revela un interés por la escritura barroca, que consiste en un pliegue del idioma sobre sí mismo; en cambio, textos de madurez como “Tlön” o “El sur” son ficciones barrocas, ya que el pliegue no se produce en el nivel de la lengua, sino de la narración. La propuesta es clara, sencilla, y le permite a Gamerro avanzar sobre otros autores, haciéndose cargo de algunos temas espinosos (¿qué pasa con el género fantástico?) y articulando en todo momento un discurso coherente. Ficciones barrocas tiene, por lo tanto, una inserción perfecta en el contexto académico. Pero difícilmente pueda interpelar a otros lectores. Pese a su notable solidez, la argumentación de Gamerro sólo produce otra lectura de Borges, otra lectura de Onetti, otra lectura de Silvina Ocampo. No es una crítica literaria que establezca valoraciones: es una crítica que genera nuevos comentarios sobre valoraciones ya muy establecidas. Gamerro es consciente de que esta segunda modalidad de análisis tiene un límite peligroso: la indiferencia. Con una honestidad que el lector echa de menos en otros profesores universitarios, Gamerro escribe, hacia el final del libro: “Pero la discusión de si lo que Felisberto Hernández escribía eran o no ficciones barrocas carece, en sí misma, de todo interés”. Ficciones barrocas reedita con éxito un viejo problema de la teoría literaria: una vez demostrado que tal autor “es” barroco, o posmoderno, o desterritorializante, el crítico descubre que, en realidad, el tema no tenía gran importancia.

Damián Selci

Eterna cadencia240 páginas.



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