Fernando Molle / Del libro

03Jul10

Viajar a la España del siglo diecisiete. Entrar en sus moldes, en sus metros, en sus figuras. Quedarse ahí, escuchando, poniendo la oreja. Luego escribir. Ésos son los pasos que Fernando Molle (Buenos Aires, 1968), abrevando en el procedimiento de Menard (el del anacronismo deliberado), parece haber seguido en la escritura de los poemas que componen Del libro. Escribir como Gracián, como Quevedo, pero en 2008. Volver al artificio, a la agudeza, al arte del ingenio. Acostumbrarse a respirar en endecasílabos, elidir, invertir el orden sintáctico, deformar. En suma, hacer con el modelo del conceptismo lo que Lezama y compañía hicieron con el culteranismo: ir a buscar en lo viejo nuevas formas de la torsión poética. El resultado: un libro extraño, bello, atípico; un libro escrito a contramano, no sólo de los clisés formales y temáticos en los que parece haberse quedado dormida mucha de la poesía de los noventistas, sino del lamborghinismo que rezumaban los libros anteriores de Molle, El despertador y el sordo (1995) y La revoltija (1999). Un libro que, sin perder el humor, la ironía –aunque aquí, mucho más sesgados: “Poema repetir, poeta arruina;/ tipeo, si no imanta, molde oprime,/ y a gran bostezo amarra su albedrío”–, vuelve constantemente sobre sus pasos para hablar de sus cualidades, de sus funciones, y elaborar a la pasada, con fingido candor, una firme preceptiva: “De clásico legado, en piedra eterna,/ su filo preservar, el libro debe; /abrir los intersticios de la lengua/ corrida más acá de la vanguardia”. Sí: Del libro es un libro en abismo, un libro que “sólo es cierto para el libro” (que el lector tiene entre manos). Sin embargo, la parodiada autoconciencia –la intención, el disloque y la “fealdad” programáticos, etc.– que punteaba las voces de los otros libros de Molle parece aquí haberse asordinado. El ritmo ha ocupado su lugar. Ahora es “del poema su mensaje”.